Era una sala amplia, con paredes lisas de color verde pistacho, al fondo se diferenciaba una tarima, sobre la que estaba colocada la mesa del profesor, y dónde se encontraba la pizarra. El profesor se encontraba de espaldas, se podía ver que era bajito, y vestía una camisa blanca de cuadros marrones con unos pantalones de pana de color beige. Para completar su apariencia, llevaba unos mocasines negros antiguos. Estaba colocado de espaldas, explicando un problema de matemáticas en la pizarra. Perfecta manera de comenzar el día. Tenía la sensación de que este iba a ser un día largo...
La otra parte estaba ocupada a cálculo rápido, por unos veinticinco alumnos, sentados en sus respectivas mesas. A primera vista, todos aparentaban tener mi edad, excepto un grupo de cuatro chicos sentados en la esquina del fondo más alejada al profesor que destacaba visualmente, parecían tener uno o dos años más. Sin conocerles, ya sabía que no debía mezclarme con esos tipos, pues no me cabía duda de que serían los típicos macarras de la clase. No suelo juzgar a primera vista, pero su modo de vestir y sus posturas me lo indicaban.
Antes de que pudiese fijarme más detalladamente, una voz interrumpió mis pensamientos:
- Pero bueno ¿se puede saber quién monta tanto escándalo? - Dijo el profesor sin girarse - Siéntense y déjenme continuar con mi clase, por favor.
El chico de pelo negro y ojos esmeralda pasó junto a mi, dirigiéndose al grupo de chicos macarras del fondo, y se sentó junto a ellos.
Yo, indecisa, no sabía donde sentarme, pero localicé un sitio junto a una peculiar chica de pelo liso y dorado con mechas rosas, que debía de llegarle hasta la cintura. Estaba girada al lado contrario, por lo que no pude observar sus rasgos.
Estaba apunto de acercarme, dubitativa, para sentarme en la mesa de al lado suyo, cuando se giró, me vio, y con un gesto me invitó a sentarme a su lado.
En silencio me senté en la mesa de al lado de la chica. De cerca pude apreciar sus rasgos: sus ojos eran de un azul como el hielo, penetrantes, inmutables, firmes. Su mirada me apuntaba, observándome de arriba abajo sin discreción alguna, recorriendo, evaluando. Sus cejas estaban ampliamente arqueadas, mirándome con cierta curiosidad. Su nariz, achatada, estaba arrugada en lo que parecía un acto involuntario. Sus labios eran finos, pero estaban juntados, formando una media sonrisa, ligeramente encorvada hacia el lado izquierdo. Debía de medir más o menos lo mismo que yo, estaba sentada perezosamente en la silla, con las piernas cruzadas y los codos encima de la mesa, y sus manos sujetando su cabeza, poniendo todo el peso sobre los brazos. Sin duda, me estaba evaluando.
Cuando terminó, retiró los codos de la mesa, se acomodó en la silla, y me dijo:
- Bienvenida, no se ve a gente así todos los días, ¿cómo te llamas?
- Jessica – contesté.
- Bien Jessica, pues yo soy Isabelle, y escúchame bien, porque si quieres sobrevivir un día en el mismísimo infierno, tendrás que hacerme caso.
- ¿Pero qué…? ¿Cómo que sobrevi…? – estaba respondiendo, cuando el profesor me cortó bruscamente.
- Las charlas para el recreo, ahora ¡¡SILENCIO!!, más vale que oiga a las moscas, porque cómo oiga a uno solo de vosotros, os vais a llevar doscientas funciones para hacer mañana. Y quién no las tenga, tendrá un cero en la evaluación.
Isabelle y yo cerramos la boca inmediatamente, yo comencé a tomar apuntes de lo que el profesor estaba escribiendo en la pizarra, e Isabelle comenzó a escribir algo en su cuaderno.
Como las matemáticas me parecían aburridas, aproveché que el profesor estaba de frente, para observarle más atentamente.
Su cabeza tenía forma de balón, totalmente redondita. Podríamos decir que su cabeza era un espejo, pues era completamente calvo, y se reflejaba perfectamente la luz sobre su calva. Sus ojos, de color marrón oscuro, y su nariz pequeña pero gruesa, estaba algo colorada. Su boca era ancha, y su cuerpo regordete y bajito. Se podía ver que en su remangada camisa de cuadros, sus brazos estaban llenos de pelos. ¿Pelos en los brazos pero no en la cabeza? Sinceramente, parecía un mono de feria. Pero aun así, todos le guardaban respeto.
Al cabo de un minuto, Isabelle me pasó discretamente una nota:
‘‘ Déjame explicarte. Estás en el grupo de alumnos normales. Si la cagas, pasas a ser una pringada, y si eres una pringada, te pasarás toda la vida aguantando palizas y bromas pesadas de los matones. Los matones son James, Christian, Jhonn, Fred y Greg, el líder del grupo. ¿No quieres eso verdad? Pues entonces, vente conmigo, yo te explicaré cómo funcionan las cosas aquí… y procura no llamar mucho la atención, ¿ok? Tienes suerte de que estemos con el simio, porque cuándo salga de esta clase, va a ser difícil que alguien controle a los matones.’’
El simio... buen mote, describía perfectamente al profesor.
En silencio le di las gracias, marcando las palabras con los labios, a lo que ella respondió con un gesto de ‘‘no te preocupes’’
Así que el misterioso chico de pelo negro y ojos esmeralda era un matón… lo que faltaba. Solo espero que me deje en paz, no quiero problemas. Aun así, no podía dejar de preguntarme quién sería… ¿Fred? ¿Christian? ¿Jhonn? ¿James? ¿O Greg?
Intenté seguir la clase de matemáticas, pero no pude, era un aburrimiento total.
Pasó un rato, parpadeé un par de veces seguidas. Pasaban los minutos… poco a poco iba cerrando los párpados, iba a dormirme cuando de repente… ¡Un avión de papel aterrizó en mi mesa! Me desperté al instante, y con todos los sentidos completamente despiertos, pero a la vez intrigada por qué podía ser, cogí el avión de papel y vi que estaba escrito por dentro.
Deshice el avión, y dentro había un mensaje:
‘‘ Llámame ;) 623... ’’
Ni siquiera acabé de leer el número y me giré hacia la dirección de la que el avión había venido, y me encontré al chico de pelo negro y ojos esmeralda soltando risitas, me miró, me guiñó un ojo, y se volvió a reír fuertemente.
En fin, cogí la nota, y sin el menor interés, la arrugué y espachurré entre mis dedos, y después la troceé y finalmente la tiré al suelo bajo la mirada del chico de pelo negro. Éste, aún incrédulo, se quedó mirando los trocitos de papel que había en el suelo. ¿Se creía que sería la típica chica que se deja llevar por un chico guapo? Que se lo ha creído, ya puede buscarse a otra, porque yo no soy tonta.
Ahora fui yo la que le sonrió y le guiñó un ojo, desafiándole con la mirada, a lo que el chico de ojos hipnotizantes me respondió con mala cara, sin duda esta derrota la recordaría, me dije para mis adentros, y sonreí sinceramente por primera vez en todo el día.
El marcador, estaba fijo y chispeante.
Jessica 1, el chico de pelo negro 0.
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Se que algunos esperáis capítulos más largos, pero yo prefiero hacer más capítulos pero que sean cortos.
Espero que os haya gustado, ¡pronto más! :P
Att: Inés
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